Lidia y Matilda, madre e hija, son dos vacas frisonas que vivían en un cebadero de terneros. Hasta el día de hoy, desde que nació, Lidia no tuvo suerte; ser vaca y hembra en esta sociedad es una lacra pesada; su cuerpo ya estaba condenado y realmente su vida entera solo al nacer en una granja.
Lidia ha sido explotada durante más de veinte años; ha sido inseminada en cada uno de sus celos, ha engendrado un hijo después de cada una de las inseminaciones y este fue robado a los pocos minutos de tocar el frío suelo de hormigón de cualquier esquina de la granja, después de meses de conexión con él, esperando su llegada, preparando su cuerpo para alimentarlo.
Nos avisaron de que Lidia había dado a luz a una pequeña ternerita que había enfermado, el destino hizo que este inconveniente tocara el corazón de sus verdugos que después de veinte años de condena decidieron liberarla. Así comenzó la nueva vida de las dos supervivientes.